Por Ricardo Pineda / Fotos: Rita Trejo
En una temporada radicalmente distinta para el Corona Capital (cosa que muchos agradecimos), la jornada del sábado apuntó sus primeros arranques. DIIV sabe hacer melodías guapas con guitarras sencillas, precisas para ir recibiendo la tarde, ante un público nuevo, más joven y que va gustando de cosas más diversas, aún en búsqueda por una identidad pero con sellos precisos de calidad, como Halsey que sorprendió a más de uno con su dulzura y preciosismo. Los Psychedelic Furs le quitaron la espina del corazón a varios fans de corazón que aman a la leyenda oscura, sin embargo a muchos otros pareció aburrirlos. No es para todos.
Se extrañó la curaduría del Bizco Club, ahora llamado Claro Música Tent, aunque tuvo sus grandes aciertos electrónicos, la fiesta fue ahí. Sin embargo, supimos que pese a la contundencia de Chairlift en el escenario Corona y a los tintes pulcros de Father John Misty Misty, uno de los primeros platos fuertes de la noche había llegado con el enorme Richard Ashcroft (vocalista de The Verve) al caer la noche. Fue increíble ver cómo un solo hombre, su sensibilidad y su guitarra pueden llenar un escenario enorme y conmover a miles. El inglés se veía contento, repuesto y agradecido, con sus arrugas en la voz que le dan colmillo y experiencia. “El público de México es legendario en todo el mundo. Pronto vendremos con toda la artillería” dijo Richard para llevarse al público a la bolsa desde el minuto uno con la abridora “Sonnet”, clamando a los fans de The Verve, sin guardarse lo mejor de su carrera en grupo y solista. De las tres o cuatro mejores actos de todo el sábado, sin lugar a dudas.
Mientras tanto, en el escenario Doritos, la brutalidad discurría con DFA 1979 y su ruido podrido a toda máquina, sólo dos pelados, batería, guitarra, teclados y secuencias despedazaron los oídos de varios que se extasiaron e hicieron que unos más salieran huyendo despavoridos ante su mugre sonora. Nuevas leyendas, que le llaman. Poco después, en el escenario Corona, Ryan Adams daba cátedra de nostalgia roquera, bien hecha, americana guitarrera sensible y pulcra. ¿Cómo le hace Adams para seguir luciendo joven y al mismo tiempo colmilludo? Parece simple pero no: con la herencia de Dylan, Young o toda la influencia sesentera que amarró bien la noche para todos los fans que más bien son feligreses de un culto seguro.
Beirut hizo suyo al público más sensible y melódico, con ese cruzamiento con Oaxaca y los Balcanes que ya no luce atípica, pero que no resta en contundencia y efectismo. Había fans aguerridos que sólo fueron a verlos en vino. El final se acercaba, y el gran público se dividió en dos equipos claros: los que iban a The Libertines y los que iban a Muse. Muse fue lo que es y se espera sin margen de error: fastuosidad, grandilocuencia y poderío mainstream con su rock electrificado, seco y machacón que los caracteriza. Son unos titanes de la música de estadio, de acrobacias y de hipnotismo que a miles encanta.
Con un Autódromo sensiblemente menor de afluencia (hasta había señal de internet en los celulares) y una experiencia de festival más disfrutable que en emisiones anteriores, la del sábado 21 de noviembre fue una jornada que si bien en su primera parte se percibió tibia y variopinta, fue para muchos el momento definitivo de sacarse las espinas pendientes y sanar heridas con actos legendarios (The Psychedelic Furs, Richard Ashcroft, Ryan Adams y The Libertines), de reafirmar por qué las grandes bandas contemporáneas son lo que son (Muse) y dejarse sorprender con cosas que son la mera grasa del presente. ¿Alguien dijo que Run The Jewels fueron lo mejor de todo el sábado?
Por Joan Escutia
El primer día del Corona Capital de este año daba cuenta de que todo sería distinto a sus anteriores ediciones. Desde la fecha en la que se llevó a cabo hasta el cartel en donde ese primer día era el más pesado en cuanto a nombres, cuando siempre era el domingo el día en el que los mejores kilates se dejaban caer. Todo ello fue un acierto, tener al primer día como el más ambicioso no podía sino convertirse en un éxito casi instantáneo. Se lograron unir dos públicos tan amplios en cantidad como los de Muse y los Libertines, mientras que también interactuaron en el festival aquellos seguidores de la vieja escuela como los de Richard Ashcroft o Ryan Adams y aquellos que se encuentran más en la contemporaneidad como los de Diiv y Wild Nothing. Hubo de todo y para todos. Y cada grupo que se presentó ese día cumplió lo que sus obligaciones dictaban desde el principio.
Ya lo dijo Ricardo, los nombres grandes fueron finos cumplidores de su responsabilidad. Pero también estuvieron aquellos que hicieron lo suyo sin importar cuánta gente se encontraba viéndolos e, incluso, haciendo que cada vez más personas se acercaran a su lugar para admirar su propuesta, una que se ganó con creces la invitación al festival. Entre ellos están la dulzura psicodélica de Wild Nothing a la que el horario favoreció como a pocos ese día: abriendo el festival, mientras el calor hacía todo algo mucho más reconfortante ayudando a que su música se escuchara mejor que de costumbre y más conmovedora al sol. También el ruido de Mothxr y Benjamin Booker que uno detrás de otro se escucharon como una sola actuación llena de una energía que hacía prevenir el resto de lo que sucedería en el día. Todo fue mucho más rudo que el domingo y todos agradecimos que así lo haya sido desde el inicio.
Mientras más avanzaba la tarde, mejor se ponía todo. Las dulces melodías de Chairlift sirvieron como el soundtrack perfecto para disfrutar de la comida que el festival ofrecía, una decisión que también fue demasiado acertada y que complementaba perfecto todo aquello que se escuchaba en cada uno de los escenarios. Cuando la noche comenzó a caer lo hizo con Kygo en el escenario, frente a un montón de fans que sorprendían a propios y extraños por su entusiasmo y respuesta a uno de los conciertos más disfrutables de todo el fin de semana. Fue un set de canciones conmovedoras y amigables con la pista de baile, una interminable zona que brillaba más con el juego de pirotecnia y luces que traía consigo el productor. Todo eso fue la antesala a lo mejor de aquel día. Ricardo no se equivoca, Run The Jewels asesinó casi literalmente todo aquel día.
Su presentación estuvo llena de todo lo que hace al grupo algo verdaderamente memorable. Fue una actuación de una interpretación impecable y al mismo tiempo fue una de las demostraciones de inconformidad más finas que se hayan visto en algún festival de música de la índole del Corona Capital. Cada rima era un poderoso manifiesto de levantamiento social y cultural, al mismo tiempo que un poderoso recordatorio de que son uno de los mejores grupos que tenemos hoy en día. Como alguna vez lo fueron los encargados de cerrar un día lleno de energía como pocos: los Libertines hicieron lo que mejor saben hacer y lo hicieron de la mejor manera que conocen.
Hubo cierta nostalgia al presenciar un concierto como el de los Libertines en el Capital. No solo era el regreso a los escenarios de uno de los grupos más legendarios que tenemos, sino que también era el regreso de sus asistentes a mejores tiempos y a épocas más bondadosas. El concierto fue, para todos, un recordatorio de que la juventud no se trata de edad, sino de ese sentimiento indescriptible que provoca escuchar melodías empáticas con todo aquello que pasa por la mente adolescente que no se pirde, sino que se conserva intacto. Ver a Doherty y a Bärat juntos en un micrófono, abrazándose, tocando y riendo como lo hicieron aquel día es algo que solo podía ser emparentado con ver al público abrazado, sonriendo y cantando al unísono los himnos del grupo más memorables. Éramos jóvenes aquella noche y pocas cosas se disfrutan tanto como eso.
El primer día del Corona Capital fue una mezcla poderosa de emociones corriendo a una velocidad impresionante. También fue el primer contacto con una versión del festival que parece mucho mejor manufacturado que cualquiera de sus ediciones pasadas y mejor pensado para la satisfacción de sus asistentes. Era el primer día del festival y también el que parecía ser el mejor hasta entonces. Faltaba un día para que todo terminara y nadie podía esperar para vivirlo igual. Lo sabían todos de antemano: ya nada aquel día podía haber salido mal. Y así fue todo el fin de semana del festival.
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