Dos años parecen no ser mucho tiempo. Sin embargo, cuando uno se pone a pensar en la realidad, es una larga cantidad de días y horas para cualquier persona, sobretodo si de extrañar a alguien se trata. Dos años es casi una eternidad. Dicen que el tiempo cura heridas y sana corazones, a pesar de que el sentimiento de extrañar a alguien o a algo nunca quede atrás. Hace un par de años Lou Reed murió y dejó atrás un legado que no se puede negar y una cantidad de discos envidiable para cualquier otro artista de la época. En aquel entonces existía la versión impresa de Freim y publicamos una carta para él en donde explicábamos nuestro sentir y lo hacíamos público sin temor. Hoy, a dos años de su despedida, la recordamos con el mismo cariño que entonces.
Lou: no sé ni siquiera si decirte querido Lou, si dirigirme en segunda persona ahora que ya estás muerto o si guardarme mi sentir, me siento ridículo. Pero acá estoy, apenado más por el calor estúpido que levantó tu muerte en redes sociales que por tu muerte misma.
Debo decir que la noticia de tu muerte no me tomó por sorpresa, la verdad. Sabía que te la habías cotorreado chido, que un trasplante de hígado no es cualquier cosa y que tú no te arrugaste, supe que no te arrepentiste de nada, ¿sabes por qué? Porque leí a los 15 años lo duro que la pasaste con los electroshocks y la escuela y la gente corta de miras. Porque entendiste mejor que muchos que por muy avant y experimental que fuera la onda, tu asunto era rockero, más que el rock mismo; porque tu sonrisa después de estar obsesionado con la Nico, porque tu disco dedicado al Tai Chi, porque la crítica nunca te agüitó, porque eras Lou a pesar de Lou mismo.
Debo ser sincero: mucho tiempo fui tu fan, de esos gachos e insoportables que gastan su quincena en el box set de Velvet y no paran de hablar de ti. A pesar de que nunca me gustó “Warhol” (1967), ese disco es una pasada, aunque te pesó a distancia. No me gustó en cambio tu aferre con la mitad de temas en el “Loaded” (1970), casi es un disco malo, pero la leyenda vendría después. Quisiera decirte lo importante que eres aún a la distancia, que fui un pendejo por no ir a tu concierto en México cuando la gira del “Ecstasy” (2000), sólo porque me sentía triste por el divorcio de mis papás. Que eras más que la playera estampada del plátano que me dolió ya no me quedara siete años después de usarla casi a diario.
Lou, tú sabes que los fans ridículos como yo y los lamebotas que hoy habitan en las redes son lo de menos, que la camaradería entre iguales, entre diferentes (sabes a qué me refiero), viene con la crítica, la incomprensión y la envidia. Nos regalan un gis para acurrucarnos. Pregúntale a tu compa del alma Laurie Anderson, no pudiste tener mejor compañía viejo (¿te leía poesía?, Laurie tiene una de las mejores voces para leer, según yo), o a Yoko, a John Zorn o a Antony, con quienes grabaste discos. La amistad es un regalo y a veces cuesta una vida mantenerlo. Seguro John Cale sabe mucho de eso, seguro John tiene un ligero amargo en la boca también, Lou. Eras un gran amigoy eso pocos lo sabían, a pesar de lo muy “son of a bitch” que pudieras llegar a ser, grumpy, arrebatado, rencoroso o simplemente seco, con tu voz tempranamente avejentada.
Viejo, tenías tanta onda que hasta tus discos más difíciles y sangrones suenan bien padres a la distancia. Me gusta que te endiosen por dos discos y dejen la basura para los pepenadores de perlas. Eso sí, por muy fan de la literatura de Poe, quien diga que todo el “Raven” está chido tal vez miente, aunque Dafoe supo imprimir lo que querías hacer, según yo. Esa despedida que dejaste con Metallica sintetiza de forma perfecta a Norteamérica, pero a los fans del “Transformer” (1972) y a los metaleros suele gustarles escuchar lo mismo una y otra vez hasta que se la aprendan, como pericos, mano. Espero le den una repasada.
Me cabreó mucho ver cómo la gente habla de alguien que se va como si fuera sobremesa de segundo orden, pero está bien, no podría esperar otra cosa. También me enojó ver a Hugo García Michel curarse en salud con los temas más extraños de tu carrera para no verse del montón, a los que replicaban como loros que no fue un día perfecto, o a los que denunciaban lo falsos que éramos todos por sentir algo en torno a tu partida terrenal. Pero seguro tu músculo ya estaba listo para eso y más, tus arrugas ya estaban ahí, eras un tipo correoso desde tus años de escuela, un hipster de verdad, un felón, como dijera Parménides García Saldaña. Pero creo que todo eso no es más que una evidencia de que caí, de que fui un fan más, un arrebatado al que tu muerte lo tomó por sorpresa.
No soy de hacer alarde o soltar un mensaje antipático con la muerte o suerte de ciertos artistas. Pero contigo sí estuvo recio el asunto, ahí donde la educación de mis jefes no llegó o la enseñanza de los amigos se quedó tempranamente corta, tus letras me hacían el paro, me parecía coherente todo: ¡a la mierda el amor y la paz como discurso!, ¡que se joda el popart y que se chingue Cale por querer intelectualizar el distor!, incluso el atuendo que después supo asimilar Sonic Youth, la comparación en apariencia superficial con The Strokes, todo viejo. Tu mirada de pocos amigos y tu sensibilidad de pájaro herido, Lou, todo eso estuvo ahí antes de que yo cumpliera 30 años y comenzara a extrañarte.
No puedo decir que hiciste más feliz mi camino, pese a que algunas rolas del “Berlín”, del “Sally Can´t Dance”, del “Coney Island Baby”, el “Rock & Roll Animal” o del genial y verborreico “Take No Prisioners” son muy luminosas y hasta cábulas. La banda creyó que habías perdido la onda, pero el “New Sensations” era prueba de que andabas en otro trip, para regresar con brío después del disco en colaboración con Cale para homenajear a Andy (“Songs for Drella”, 1992). Por esa época visitaste México según sé (abril del 92, en el Auditorio Nacional con el “Magic and Loss”). Yo aún escuchaba a El Tri y no salía de Ecatepec, ni modo.
“Trainspotting” te estigmatizó de alguna manera, pero también te hizo justicia más allá de ser el autor de ‘Heroin’, ‘Perfect Day’ y ‘I’m Waiting for the Man’. Me gustó que te alejaras siempre para refrescarte, que fueras tan importante como para ser famosísimo, que esas “Hudson River Wind Meditations” (2007) te cambiaron la perspectiva y que algo de esa paz alcanzada se percibe en la revisita del “Berlín” (2008), en tu aflicción con lo sucedido en Fukushima como para salir a tocar abstracciones con Zorn y Laurie. Me caías bien por humano y cojonudo, así nomás.
Viejo, sabes que tampoco es para tanto, que la gente se muere todos los días, que qué importa el coraje de no haber levantado el vuelo con el primer disco en el 72, ¿El “Metal Machine Music”? Ahora hasta se pelean por el vinyl. Es un mundo loco, Lou, tú eras de esos que lo hacía más llevadero, menos atarantado y con tantita más onda. Eras de los que decías sin explicar, un felón articuladito en la mayoría de los casos. Qué bueno que grabaste muchos discos y se registró tu feelling en varias películas (a veces siento que sueno a la Wurtzel con este texto). Adiós, Lou.
La entrada A dos años de su muerte: Lou Reed, las Redes y los Cuates aparece primero en Freim.
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