martes, 30 de junio de 2015

Ya nadie se casa para juntar sus créditos del Infonavit

Es un lugar común de la cultura popular acusar a las canciones de amor del azote conque solemos identificar a ese sentimiento. Pero eso es atribuirle a las canciones un poder que no tienen, pues más que productos culturales para la dominación, las canciones, el arte, son sólo el reflejo de la sociedad que las crea. Y si en el nuevo orden mundial todo se acaba, hasta las cosas caras de Apple, ¿por qué no habrían de acabar también el amor y sus tontas canciones?

Las nuevas generaciones, nosotros, vivimos relaciones distintas, ya nadie se casa en sus veintes, tenemos matrimonios homosexuales, double income no kids y sociedades de convivencia; la regla es: vivan juntos antes de casarse. Vivimos el amor de formas distintas y son distintas también las canciones que lo cantan.

El “Oh, yo no sé, qué voy a hacer sin él”, ha da paso a “Fuiste como un sol, una cosa bella”. De ser gatas bajo la lluvia maullando por ti al “Es probable que lo merezca pero no lo quiero por eso me voy”. Finalmente, ¿por qué tendría que llorar por ti, si yo sólo quise darte mi amor… Suavemente?

Después de un chingo de años oyendo música creada por mujeres, lo anterior me quedó claro al escuchar Hasta la raíz, el nuevo disco de Natalia Lafourcade. La primera vez que lo oyes es bonito, te saltan las influencias, harta canción mexicana como el son jarocho hasta todas las baladas de los 70 y 80 onda Karina, Jeanette, Juan Gabriel. Algo de baladas como Angélica María o El Perro del Mal. Pero te atrapa en las letras. Te recuerda a esa persona, completa, te saca una sonrisa y no una lagrima.

A pesar de la rola con la cual abre, el disco está lejísimos de ser un azote porque se acabó el amor. Es toda una reflexión en buen pedo de lo que pasa cuando el amor acaba. Primero hay negación… “Que nunca se acabe nada de lo nuestro”, canta Natalia.

Hay por ahí un par de rolas más en onda de flirt, pero pues se vale, ¿a quién no le bailan los ojos?, pero al final Lafourcade -con cada rola- consigue hacer un disco–ritual de curación en el que da las gracias por lo aprendido.

No es un disco, por fortuna, que pondrías en la peda (¿para qué sufrir si no hace falta?).

Canta Natalia Lafourcade que nunca imaginó casarse sin papeles, que nunca imaginó que acabaría sin paredes. Nuestra generación tampoco imaginó que todos sus privilegios le iban a servir para dos cosas: somos los sobreeducados con trabajos de ensueño que nunca pagarán una casa, ¿cómo aventarse un matrimonio para siempre? Y en lugar de hacer música punk, como hicieron los desencantados de los 70, nosotros hippieamos, a lo mejor por culpa de las hormonas en la comida.

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