Difícilmente se puede asistir a todos los conciertos que hoy en día se desdoblan en la ciudad. Son tantas las buenas propuestas que habremos de sacrificar algunos por la nostalgia que nos generan otros, aunque no por ello signifique que esta sea razón suficiente para hacerlo. Mucho ha pasado en la historia de los masivos musicales en México desde aquel primer legendario concierto, el festival de Avándaro en 1971, cuando estos eventos eran prácticamente un sueño, pues el gobierno de aquel entonces consideraba peligrosas las reuniones de jóvenes en un mismo lugar. Y con cierta razón lo era, en el primer concierto de Bauhaus en la ciudad, por ejemplo, se organizó un “portazo” salvaje que culminó en una guerra de tacos (de la que Peter Murphy no se salvó), y un par de electrocutados bajo la lluvia afuera del recinto. El concierto de Queen en Puebla, también un desastre. La gente chiflaba y aventaba basura al escenario en el encoré: adiós amigos, mother fuckers, good bye, you bunch of tacos!, así se despidió Mercury. Finalmente son los festivales gratuitos del Zócalo, los raves noventeros en las periferias y tal vez, sí, internet quienes lograron hacer de los festivales de música en México un suceso cada vez más común, suceso que poco a poco se fue refinando en organización, propuesta y ahora también en el puñado de actividades artísticas y culturales que se pueden vivir paralelamente al concierto.
Hoy en día la oferta musical de la ciudad se reparte entre showcase, presentaciones under en bares, conciertos y claro masivos que llevan la batuta de las mejores presentaciones por ser estos últimos quienes tienen la capacidad de pagar más por traer a bandas que incluso hace un par de años sólo las imaginábamos en Lollapalooza o Glastonbury. Y aunque la palabra festival en la ciudad de México nos remote a Corona Capital o Vive Latino (ambos organizados por la quimera musical OCESA), existe una lista considerable de eventos más pequeños -o mejor dicho de culto-, que merecen la pena conocer a pesar de que no posean headliners populares.
La música evoluciona, los medios musicales lo hacen, ¿por qué no evolucionar también nuestro oído musical? Mirar a Noel Gallagher 3 veces en tu vida (y contando) comienza a dejar de tener sentido cuando en tu ciudad se están gestando proyectos como el de Ars Futura, un festival de música inteligente que hace poco presentó un híbrido interesante de jazz, música clásica moderna y electrónica de vanguardia en el Teatro Peralta. De igual forma recientemente tuvimos la oportunidad de presenciar la segunda edición de TNDMX, uno de los festivales más frescos de la música electrónica y animación visual que se está proyectando a nivel internacional. Su headliner fue nada menos que Lindstrøm, el producto noruego que ha colaborado con Todd Terje y ha creado algunos majestuosos remixes de bandas como Roxy Music, The Horrors, Grizzli Bear, y LCD Soundsystem. El pasado Festival del Bosque Germinal en Casa del Lago nos honró con la presencia del instrumentista Jozef Van Wissem que, junto a Jim Jarmusch, musicalizó la última película del cineasta: Only Lovers Left Alive.
En la categoría y subcategorías de rock podemos mencionar a Festival Marvin. Sus line-up’s suelen estar conformados por dos tipos de bandas: por un lado, las internacionales de culto como Daniel Johnston, y Os Mutantes y The Raveonettes; por otro, mantienen un lugar especial para artistas emergentes locales.
Festivales como el “Antes”, Raymonstock, y Nrmal son ejemplos precisos de que hoy en día se puede intercambiar la nostalgia musical de ver a Happy Mondays en Vive Latino, por asistir a alguno de estos eventos alternativos que están brotando las mejores semillas nacionales, algunas de las cuales tal vez ya no volveremos a ver con la misma intimidad que nos proporcionan los, paradójicamente, “masivos” pequeños de hoy.
De igual manera no hay que olvidarse de considerar y asistir por lo menos a uno de los clásicos masivos que siguen manteniendo una fina curaduría musical; es el caso de Eurojazz, Mutek, BESTIA y el festival Aural, que año con año nos revelan delicias gourmet de la música experimental moderna y también legendaria.
Si bien es cierto, es fácil lucrar con la nostalgia musical de las personas en el negocio de la música; es por ello que debemos optar por considerar más de una opción para gastar nuestro dinero en un festival. Asistir a festivales donde no conoces a la mayoría de bandas, por ejemplo, resulta una experiencia sensorial increíble —como cuando ibas a la tienda de discos y pasabas horas en sus bibliotecas musicales seleccionando los discos que cambiarían tu percepción de la realidad. Tomar en cuenta las demás actividades culturales que ofrecen (como por ejemplo el festival Ometeotl en Morelos que ofrece talleres, exposiciones, proyecciones y demás actividades de tinte ecológico paralelo a sus a la música), los lugares enigmáticos de las periferias de la ciudad que nos ayudan a olvidar un poco el estrés urbanístico (The Picnic Day Party en Ajusco y Bahidorá en las Estacas, por ejemplo), o los que además de la buena música albergan buenas causas como trasfondo (en este caso FISCUM, el Festival Independiente de Sonoridades y Cultura Musical que dona libros a bibliotecas desamparadas).
El esfuerzo de estos festivales y muchos más “under” en la ciudad merecen la pena reconocerse, pues así como internet pone fácilmente a nuestro alcance la música de casi cualquier rincón del mundo, estos eventos lo hacen de manera empírica, ofreciéndote fina curaduría seleccionada desde los diferentes ecosistemas musicales que hay allá afuera, afuera de la monotonía en la que nos hemos sumergido perezosamente algunos mexicanos dentro de nuestra vida conciertera.
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